Hemos mencionado en varios artículos publicados con anterioridad la necesidad de pertenencia y de aceptación del ser humano y cómo esto condiciona nuestras decisiones no sólo colectivas sino también individuales; recordemos que la sociedad no nos impulsa precisamente a ser nosotros mismos sino más bien a encajar en el grupo para garantizar la supervivencia como especie. Obviamente, el aspecto social es sumamente importante para el ser humano, sin embargo, no es el único aspecto que nos constituye, por lo que hoy trabajaremos sobre lo que significa para nuestro desarrollo personal el ser capaces de poner y respetar límites para con nosotros y con los demás sin sentirnos conflictuados y sin dañar el vínculo con otros.
Comenzaremos por hablar de lo que significa para el ámbito de la psicología el término “límite”. Los psicólogos lo definen como una especie de frontera psicológica necesaria para proteger el entorno físico y emocional imprescindible para el correcto desarrollo de la identidad, autonomía e independencia del individuo. En ningún momento poner límites es sinónimo de egoísmo, sino de respeto, cuidado y protección a uno mismo. Así, la clave para saber dónde colocar un límite personal está en nuestras emociones, cómo nos sentimos ante algo que hacemos o nos hacen, si el sentimiento que genera esta acción no es lo suficientemente satisfactorio quizás debemos revisar lo que está sucediendo y colocar un límite. En ocasiones, expresar ese límite y respetarlo puede generar una disconformidad e incomodidad en nuestra relación con el otro, pero las consecuencias serán mucho menos significativas que las que se darían si no nos respetamos y acabamos cediendo.
En este punto, es preciso aclarar que, cuando hablamos de límites saludables, nos referimos a aquellos que permiten que las personas sean capaces de compartir información, deseos y necesidades en la medida justa sin transigir los valores de los demás pero valorando sus propias opiniones, además son capaces de aceptar que otros les digan que “no”. Con respecto a los límites rígidos provocan que las personas eviten la intimidad y la cercanía en sus relaciones interpersonales, genera individuos que no suelen pedir ayuda y que suelen tener una actitud desapegada, fría y desinteresada; mientras que las personas con límites porosos se exponen y se involucran demasiado con los demás, temen fuertemente el rechazo y esto les dificulta enormemente el decir “no” y los hace víctimas de abuso e individuos dependientes.
A continuación, vamos a presentar los pasos que recomiendan los especialistas para comenzar a poner límites saludables en nuestra vida:
El primero es el análisis y la detección de nuestros propios límites, identifica tus límites a través de la observación de tus emociones y reacciones. El segundo paso es amarse y respetarse, sé tu propia fuente de satisfacción y afecto para no buscarlo en los demás y exponerte a conductas dependientes. El tercer paso es respetar los límites del otro, cómo podemos pedir que nos respeten si nosotros no lo hacemos en primer lugar; seamos congruentes con los demás y con nosotros mismos. El cuarto paso es dejar ir las reacciones de los demás a nuestros límites, sólo podemos encargarnos de establecer un límite de forma amorosa y clara pero no debemos hacernos cargo de la parte emocional del otro. El quinto y último paso es no justificarnos, cada vez que explicamos el porqué de ese límite, nos restamos poder. Recuerda que, como cualquier nuevo hábito, el de establecer límites saludables también es progresivo, requiere paciencia pero, sobre todo, continuidad.