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Cambios derivados por la modernidad

Desde el siglo XVIII, con la Revolución Industrial, nos enfrentamos individual y socialmente a la aceleración impulsada por la modernidad que afecta tres dimensiones: la aceleración tecnológica, la aceleración del cambio social y la aceleración del ritmo de vida. La pandemia del COVID-19 ha venido a impulsar frenéticamente lo que los expertos conocen como la cuarta revolución industrial pero también ha venido a hiper acelerar el ritmo de vida y los cambios sociales.  Aprender a desacelerar para vivir mejor

 

Aceleración, velocidad, carrera contrarreloj

Así, no es extraño ver mareas de seres humanos arrastrados por esta aceleración e incapaces de conectarse e, incluso, de hacer una cosa a la vez, sintiendo que estar sin hacer nada es un pecado capital y cayendo en la depresión absurda de la modernidad por pasar cinco segundos sin estimulación ni actividad. La cultura de la prisa nos hace estar obsesionados con la velocidad y parece que nuestra vida se ha convertido en un circuito de alta velocidad en una carrera contrarreloj.

 

 

 

Ritmo Insostenible

Lamentablemente para el ser humano, este ritmo acelerado se vuelve insostenible a mediano y largo plazo generando diversas llamadas de atención a nivel físico y psicológico con la aparición de enfermedades como el estrés, la ansiedad, la depresión, problemas cardíacos y cancerígenos… pero también con el deterioro de las relaciones sociales: divorcios, infancias abandonadas, soledad y aislamiento.

 

 

 

¿Víctima de la prisa?

Si te estás preguntando si eres víctima de la aceleración, plantéate los siguientes cuestionamientos: ¿Te sientes cansado todo el tiempo?, ¿tienes una sensación de superficialidad en tu existencia?, ¿te cuesta recordar?, ¿te sientes culpable cuando no haces nada con tu tiempo? Si has respondido que sí, sin duda, la prisa se ha apoderado de tu existencia.

 

 

 

Desacelera y muévete lento

Ante el malestar generalizado, se está presentando una nueva tendencia a nivel mundial: “The Slow Movement” o movimiento lento, donde detenernos y actuar de forma “lenta” está dejando de ser algo mal visto o, incluso, un tabú. Desacelerar nos vuelve mejores en todo, incluso en el terreno laboral. Uno de los casos más sonados de esta tendencia, se dio en agosto del año pasado cuando la división japonesa de la empresa Microsoft instauró una semana laboral de sólo 4 días y, con ello, la productividad se disparó en un impactante 40%.

 

 

Cantidad y calidad en lo que hacemos

Este movimiento no trata de satanizar la velocidad o la aceleración en sí o buscar hacer todo a cámara lenta, sino más bien persigue el hacer las cosas a la velocidad adecuada según el momento concreto; significa privilegiar la cantidad y la calidad, la conciencia, el cariño, el cuidado, la presencia en lo que hacemos, la plenitud al vivir. El cambio de chip viene cuando dejamos de preguntarnos: “¿Cómo puedo hacer esto lo más rápido posible?” y lo sustituimos por: “¿Cómo puedo hacerlo lo mejor posible?”.

Gana experiencia

Esta tendencia busca el equilibrio entre lo que llaman el pensamiento rápido y el pensamiento lento. El fundamento de esta vinculación es que, para tomar decisiones de forma rápida, necesitamos un proceso vital lento: la experiencia. A mayor grado de experiencia, mayor capacidad de tomar decisiones rápidamente.      Aprender a desacelerar para vivir mejor

 

 

Pensamiento lento = comprensión y asimilación

Hoy más que nunca, en una época de cambios profundos, necesitamos del pensamiento lento para poder comprender y asimilar lo que sucede. Asimismo, este pensamiento lento está relacionado con la creatividad, no podemos crear si estamos presionados y acelerados.

 

 

 

Busca espacios que favorezcan tu rutina

Por lo tanto, será importante reorganizar y reformular nuestras rutinas para generar también espacios que favorezcan la lentitud, el bienestar, la calma, incluso, el aburrimiento como plataforma de la creatividad. Por muy paradójico que resulte, ralentizar nos hace más capaces de gestionar la velocidad del mundo porque nos permite mirar hacia adentro y sacar la cabeza para respirar en lugar de, simplemente, dejarnos arrastrar por el tsunami de la modernidad hiper acelerada.

 

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